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6/10/11

Relato breve de un momento junto al mar

Todo el mes de septiembre fue verano y ha contagiado a su vecino octubre.
Unos de de esos días, cuando se iniciaba supuestamente el otoño, me acerqué al mar.
Al llegar, una leve brisa hizo de calmante a mi piel, liberada por fin del cálido abrazo del sol.
Frente al mar, las monótonas olas seguían tocando el tambor sobre las arenas. A la par, difusas voces de niños, madres y otros le acompañan con su canción. Y el reloj de arena se acompasa con el sol para irse caminando parsimoniosamente hacia el atardecer y el ocaso.
Poco a poco bajan las voces y sube el volumen el mar. Su música pareciera adormecer al niño-sol que se acomoda tras las montañas azules, cansado, allá a lo lejos.
Regreso con la noche, siguiendo la tenue estela de la luna menguante. Y me sumerjo otra vez para subir al blanco barco de quietud y soledad.
Camino despacio por esa inapreciable frontera donde agua salada y arena se besan eternamente. En su ignorancia, cada grano de arena cree ser un grano más de la arena de la playa y se siente ajeno a todo. Pero no es así. A diario es observado por unos ojos que se suelen esconder tras gafas para sol o se van tras las nubes que navegan por el cielo.
El hombre que observa es observado. Y así infinitamente todos resultamos a la postre ser un grano a infinitos granos unidos. No estamos solos, la SOLEDAD no es posible, aunque sea a nuestro pesar.
Playa de Tela, Atlántida, Honduras C. A.
Octubre 6, 2011

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